viernes, 15 de marzo de 2013

La bicicleta.


LA BICICLETA.

Kape conservaba recuerdos difusos sobre la ausencia de su hermano. Palabras sobre el hospital, el vendaje aparatoso de la cabeza y la pregunta diaria: ¿cuándo vuelve Man?
Cuando regresó, al fin, la niña preguntó a su hermano qué le había ocurrido.
Román le dijo que no recordaba nada y, a continuación, repitió lo que la loba inventó para ocultar lo que fué un parricidio frustrado.

El inocente Man relataba que se había estrellado contra la pared cuando iba por la plazoleta montando en bici.

Y aquello no era posible. Una plazoleta pequeña, llena de niños de diferentes edades, que jugaban a la pelota, a la comba, al elástico...¿cómo podía un crío desarrollar la velocidad necesaria, en línea recta, y estamparse contra un edificio en medio de tantas criaturas juguetonas? ¿Qué velocidad hubiera sido necesaria como para, además, se provocara un traumatismo craneoencefálico en la zona occipital?
La loba repetía una y otra vez su mentira. El lobo, testigo y cómplice, callaba.

Kape no comprendía nada. La loba había adornado su coartada con testigos. Y la niña les preguntó a todos. Nadie en la plazoleta recordaba tal accidente.

Man fué un bebé prematuro, pero sano. Las fotos de su primera infancia reflejaban a un niño muy guapo y tierno, de rizos claros y mirada transparente.
Poco tiempo después del "accidente", Man quedó estrábico de un ojo, secuela "normal" a consecuencia del aplastamiento de los nervios oculares tras la brutal paliza.

A partir de ahí , y a su espalda, la loba llamaba a su hijo el cegato, el bizco....pero aún quedaban para ella muchas más descalificaciones...

domingo, 24 de febrero de 2013

La guitarra.


Los lobos habían salido.
Los tres niños quedaron solos en casa.
Román intentaba ver la tele. Y digo que lo intentaba porque, para variar, su hermano Peco incordiaba con la guitarra. 
Repetía las escalas una y otra vez, sentado en el sofá junto a Man, que le rogaba con santa paciencia que lo dejara, que practicara en  su cuarto, lo que fuera, pero que le dejara escuchar al menos...
 La guitarra llegó de la mano de tío Jesús y tía Caro, siempre generosos con sus sobrinos.
Pero sólo podía tocarla Peco, el niño rey, el preferido de la loba.

Pequito fue bien adiestrado por la loba para ser como ella, un ser sin alma, sin empatía ni más objetivo en la vida que mortificar al prójimo.
La guitarra continuó malsonando durante lo que parecían horas.

Man agotó su capacidad de aguante, arrebató la guitarra de las manos de Peco y se la estrelló en la cabeza. La guitarra se partió en dos por el mástil,  la cabeza de Pequito quedó intacta.

Lo que sucedió cuando los lobos regresaron a la guarida se quedó grabado a fuego en la mente de la hermana pequeña, Kape.

Peco no tardó ni un segundo en chivarse de lo acontecido omitiendo, obviamente, que el verdadero culpable era el, el inaguantable practicante de guitarra en oído ajeno.
La loba comenzó a golpear a Man con fiereza, puño cerrado y duro, a la cabeza. El lobo la siguió, aunque con dificultades, pues la loba le ganaba en fuerza y rapidez.

Man se protegía de la lluvia de golpes como podía, con los brazos. Huyendo, se fue desplazando desde el salón a la entrada. Desde allí a la salita. Craso error, allí fue acorralado.
Acabó metido debajo de las faldas de la máquina de coser. Kape lloraba y gritaba desesperada, a sus cortos diez años era capaz de comprender que aquella paliza podía acabar con la vida de su hermano preferido.

La loba se ensañó con el niño indefenso, ya a su merced en aquel pequeño cubículo. Agarro con su zarpa el cabello rizado de su hijo y comenzó a estrellarle, repetidamente y con fuerza inusitada, la cabeza contra la pared.

Kape seguía llorando, implorando, gritando ! Que le vais a matar! No servía de nada.
Cuando Kape vió languidecer las piernas de su hermano y escuchó a la loba exclamar !se ha muerto!corrió, espantada,muerta de terror y dolor, a refugiarse en su cuarto.

Desde allí , echa un ovillo tembloroso en el suelo, escuchó la llegada del médico, Adacid.
Man tenía una severa conmoción cerebral. Kape contemplaba a su hermano, desorientado, como ido, y la loba se daba palmadas en los muslos mientras decía !ya se nos ha quedado tonto!.

Man sobrevivió a la conmoción, pero le quedó una estigmática secuela.